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Literatura en Pina

ESPEJITO, ESPEJITO -Ana María Rocañín-

ESPEJITO, ESPEJITO -Ana María Rocañín-

¡Ay, espejito, espejito, miénteme un poquito! Hoy me he encontrado a Maruchi y Fefa y estaban imponentes, aparentaban diez años menos. Claro que una buena peluquería y una ropa a la última, aunque digan que no, sí que hace al monje.
Pero vamos, siempre fueron así, pendientes de su aspecto, con la ceja impecable dale que te pego a la pinza; no gastando en bocadillos para ahorrar michelines y más pendientes de la moda que de ecuaciones y adverbios.
Sus esfuerzos han sido recompensados con un marido bien dotado de billetes que las colocó en el mundo del “glamour”, en el que tienes clase si tienes un aspecto “fashion” y estas al día en las últimas tendencias de moda y decoración. Esto te permitirá compartir almuerzos con platos “de diseño” (en los que cuesta más decir su nombre que consumir la escasa vianda, después de retirar el adorno) y pasar buenos ratos culturizándote en las mejores tiendas donde cuanto más te cobran más buena es.
Iban a recoger a sus niños (un único hijo cada una por supuesto, que el embarazo te deforma y las tetas se te caen de dar el pecho), a una de esas academias donde te los entretienen con todo tipo de actividades y se supone que te los devuelven muy educaditos; cosa que tampoco pueden comprobar por el escaso tiempo que pasan con ellos.
Y a ti te miran de la cabeza a los pies con una expresión de pena y cuando te despides intuyes los comentarios a tu espalda... “¿Te has fi-
jado? Ese vaquero por lo menos tendrá dos años, ese estilo ya no se lleva. Si es que nunca tuvo visión de futuro. Mira que casarse con el primer hombre del que se enamoró... Claro, ahora le toca trabajar. ¿Ves, Fefita, como fue más inteligente dejar colgada la carrera que acabarla como se empeñó esta pobre por vocación?”.
Y yo me he ido con paso acelerado, sintiendo que me salía fuego de las mejillas mientras pensaba en que al llegar a casa tendría que poner la lavadora, preparar la cena, ayudar a mis hijos a hacer los deberes, jugar un rato con ellos, prepararme las clases del día siguiente... ¿Y cuándo encuentro yo un hueco para la pinza?
¿Sabes, espejito?, ¡pues no me veo tan mal! Sólo de pensar mis pobres amigas lo que sufrirán intentando guardar el tipo para no ganar en la competición de la talla. Siempre con la obligación de seguir los convencionalismos para no perder su estatus y conservar unas apariencias que las coartan porque de un modo u otro les han sido impuestas y no escogidas.
Mucha es la pena que me dan por no querer reconocer que frente a eso existe la libertad de elegir un trabajo en el que te encuentras a gusto, de disfrutar de unos hijos que crecen más rápido de lo que tu deseas, de vivir con tu marido por amor, aunque no sea Georges Clooney o Rockefeller (mejorando lo presente), de ponerte unos vaqueros pasados de moda o de una marca anónima porque con ellos te sientes “supermegacómoda” y de usar una talla “taytantos” (que ya empezaremos el régimen algún lunes).
Así que... O sea... ¡Que le den a la pinza!
Espejito, espejito, ¿quién es la más feliz del reino?

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