Blogia
Literatura en Pina

AQUEL VERANO DEL CINCUENTA Y CINCO -Julia Gallego-

AQUEL VERANO DEL CINCUENTA Y CINCO -Julia Gallego-

Estoy cansada. Hace tiempo que me siento cansada. Llevo varios días dando vueltas y más vueltas a lo que no tiene vuelta atrás. Quizá, lo único seguro es que, tu, volverás a ganarme la partida. Puedo leerlo en tus ojos. Cada vez lo veo mas claro. Poco importa que, yo, suba un peldaño tras otro peldaño, o que los baje de dos en dos. Tú sigues frente a mí, observándome en silencio. Y, al mirarte, aprecio un rostro que no me gusta. No me gustan tus arrugas, ni tus ojos tristes y apagados, ni el rictus de tu boca, ni tu expresión inexpresiva. Y, al verte, me entran ganas de gritar, es más, voy a gritar lo que hace tanto tiempo deseo gritar:
-¡Estoy harta de ti, harta de tus silencios, harta de tu conformismo, harta de tu vida anodina y mediocre, harta de tu papel de cenicienta, harta de tu imagen de hembra sometida, y harta de tu sombra!
Es cierto que casi nunca estuve de acuerdo contigo, aunque, tal vez, me equivoco, tal vez, en mis primeros años, sólo en mis primeros años, quizá, sí pensábamos lo mismo. Creo recordar que todo cambió a finales de aquel verano del cincuenta y cinco.
-¿Recuerdas?
Era a mediados de Septiembre, y faltaban tan solo tres meses escasos para mi cumpleaños. Diez años… ¡Por fin, iba a entrar en el final de mi primera década! ¡Por fin iba a comenzar una nueva etapa para mí! O eso decían todos. Recuerdo que mamá vino a buscarme. Yo estaba de vacaciones en casa de mis primas Manoli y María en un pueblo cercano. Mamá, al verme, dijo que a primeros de Octubre debería marchar a un colegio de Zaragoza, en régimen de internado, y que ya tenía toda la ropa marcada con mis iniciales y con el número cuarenta y dos, un número que, previamente, me habían asignado. En aquel momento, sentí que algo se rompía dentro de mí. Poco importaron entonces mis lágrimas, ni mis pataletas, ni mis amenazas de fuga, ni mis simulacros de no sé cuantas enfermedades… pues, nada de esto hizo desistir a papá y a mamá de lo que ya estaba, firmemente, atado y bien atado.
Tú entonces callaste; resignada, obediente, sumisa… y fue, a partir de aquel momento, cuando supe de tu traición.
Después, pasaron los días y los meses… y confieso que me acostumbré pronto y bien a aquella vida. Me encontré con un mundo insospe-
chado para mí. Un mundo de cultura, de libros, de música, de novelas rosa, de serenatas de tuna los sábados por la noche y de algunas amistades verdaderas y para siempre.
Así pasaron los años, cinco para ser más exacta, y tú, aunque sólo fuera por llevarme la contraria, comenzaste tu guerra. Una guerra donde las hormonas y la nostalgia fueron el detonante que me hizo volver a casa, truncando así mis ansias de ser algo más.
Por eso, y por todo lo que aún queda de mí, paso mi mano, restregando con fuerza, una y otra y otra vez, sobre el cristal donde, ahora, escondes tu rostro.

0 comentarios