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Literatura en Pina

AQUELLA NO ERA SU GUERRA -Julia Gallego-

AQUELLA NO ERA SU GUERRA -Julia Gallego-

Papá es la persona que más quiero en el mundo. Le quiero igual, igual que a la abuela. A mí me gusta mucho cuando papá me levanta en el aire. Él, con sus manos cruzadas sobre la cabeza, se agacha un poco y yo, entonces, me cuelgo de uno de sus brazos. Después, él, lentamente, se pone en pie y gira y gira. Y yo vuelo y vuelo en su derredor hasta que siento que me mareo. Entonces él deja de girar y girar y yo dejo de volar y volar y, con sus fuertes brazos, me coge para que no me caiga y me asienta sobre sus rodillas y me cuenta cosas de cuando él no era aún mi papá, de cuando él y mamá se enamoraron y se hicieron novios, mucho antes de que él se marchara a Rusia, un país muy frío y muy lejano. Tan frío que hasta el aliento se le quebraba en el aire y tan lejano que anduvo tiempo y tiempo metido en viejos y negros trenes que atravesaron de punta a punta parte de la vieja Europa. Papá, cuando me cuenta estas cosas, me aprieta muy fuerte contra su pecho y me dice que, a veces, cuando se es joven, uno no es del todo el uno que debiera ser y que eso lo supo al poco de llegar allí. Me habla también de muchos compañeros suyos menos afortunados que él. “Soldados españoles intrépidos y valientes”, dice, que quedaron muertos en vida en los campos de Siberia. A papá, cuando me cuenta estas cosas, siempre le caen las lágrimas. Papá también me dice:
-Escucha, cariño; en todas partes hay gentes buenas, nunca olvides esto. En Rusia, la población civil era buena y sufrida y aquellas pobres gentes no tenían culpa de nada. Y, en las trincheras, el comunismo no fue nuestro peor enemigo. Allí, el enemigo más sanguinario de todos y el único invencible fue el frío.
Yo, entonces, mientras pienso si será ese mismo u otro frío el causante de que mis manos y mis pies se llenen de sabañones en cada invierno, le pregunto:
-¿Quién es el comunismo?
Papá me dice que nadie en concreto, que eso tan solo es una ideología y que tiempo tendré de saberlo cuando sea mayor. Después de largo rato de contarme lo del frente de Leningrado, lo del río Vokhov y la retirada de sus tropas, papá saca del bolsillo de su camisa de cuadros un paquete de Ideales y, lentamente, rasca una cerilla y se enciende un cigarro. Lo fuma despacio, aspirando muy fuerte y echando largas bocanadas de humo. Mientras lo hace, calla entristecido. Yo, entonces, me acerco mucho a él y le miro a los ojos. La abuela siempre dice que en los ojos de las personas se refleja el alma. Pero en los ojos verdes de papá no veo nada. Así, muy juntos los dos, echo mis brazos alrededor de su cuello y le beso y le abrazo y le digo que la guerra es mala, muy mala. O eso mismo dice de la guerra la abuela.
Papá sigue diciendo que aquella no era su guerra, que maldita inconsciencia la de su juventud y que aquel no era su lugar, que tan solo los malos sueños o el fatal destino le habían empujado hacia ese lado. También me cuenta cómo aquellos alemanes, tan duros y tan malos, amigos de uno que mandaba y se llamaba Hitler, a los que papá, equivocadamente, fue a ayudar, entraban en pueblos y ciudades de Rusia y lo arrasaban todo. Él dice que nunca disparó contra nadie, que su única misión en aquella maldita guerra era la de enlace. Entonces le pregunto qué es ser enlace y él me explica que el enlace es la persona encargada de llevar los partes, los correos y las contraseñas de un campamento a otro. Yo le digo que no entiendo eso de los correos, los partes, las contraseñas y todas las demás cosas de esa maldita guerra. Entonces él me dice:
-No importa.
Al poco, mamá viene a buscarme para darme la merienda, pan y chocolate “La Mutualidad”, y le riñe a papá y le dice que eso no son cosas para contarle a una niña. Entonces él la besa en la boca y la llama Irina. Después, mamá se suelta y llora quedamente y dice que la culpa de toda esta locura de papá la tiene la División Azul y la bebida.

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