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Literatura en Pina

QUERIDO AMOR -Julia Gallego-

Veintitrés de Abril
Me llamo Adriana y tengo diecisiete años. Tía Marisa, es la hermana mayor de mi madre. Cuando era joven, quiso ser escritora. Ese era su
sueño. En la actualidad ese sueño solo es un vago recuerdo. Hoy, festividad de San Jorge, sobre las cinco de la tarde, he llegado a Zaragoza y he tomado posesión de su casa en un intento de sacar adelante mi próximo examen de selectividad. Nada mas llegar, tía Marisa, después de darme un largo abrazo y soltar un par de lágrimas, me dice:
-Adriana, lo siento, tengo que dejarte, me voy de viaje. No quiero llegar demasiado tarde a Madrid.
Antes de marcharse me comenta que quizá no regrese hasta dentro de cuatro o cinco días.
-Depende- dice finalmente.
-¡No te preocupes, tía, no voy a morirme por eso!
De tía Marisa puede decirse eso de: “ni soltera ni casada ni separada ni viuda”, desde que tío Pedro, su marido, decidió hacer un largo y exótico viaje de negocios. Mamá, dice que “tío Pedro es un sinvergüenza y un cabrón, como muchos otros, y que el único negocio que a él siempre le interesó fue el sexo”.
Desde luego, en eso, mamá tiene razón. Yo, visto lo visto, no pienso casarme nunca. Como dice mi profesora de lengua: “todos los hombres son una puta mierda”. Así que, mas adelante, cuando quiera echar un polvo voy a ligarme al mejor tío que encuentre y después, “si te he visto no me acuerdo”.
La casa de tía Marisa, un doble ático en el barrio de Santa Isabel, me gusta. El salón, tiene unos relucientes suelos de parqué, unas paredes delicadamente estarcidas, con una lámpara de cristal y metal dorado. La cocina, es amplia y funcional. Una escalera con una adornada balaustrada de madera de roble conduce al piso superior. El dormitorio principal, el de tía Marisa, es una habitación espaciosa. Los muebles de oscura madera de teka resaltan sobre la blanca alfombra de nudo. La siguiente habitación, la de primo Roberto, es la que está en la siguiente puerta de la izquierda. Todo en la casa es perfecto. Me encanta.

Veinticuatro de Abril
El teléfono suena.
-¿Sí…?
-No, no está. Le diré que ha telefoneado usted. Buenas noches.
El teléfono sonó a las nueve menos cuarto. Estaba tumbada en la cama con unos cuentos y relatos de tía Marisa, a mi lado, confiando que
alguno de ellos me ayudaría a pasar la noche. Veinte minutos después, deslizo mi mano en busca del álbum de fotos que, ella, guarda en su mesilla de noche, y tropiezo con algo que parece ser una carta. Algo en ella resulta perturbador. Dudo. “Me estoy volviendo loca- pienso”. No tiene sentido inmiscuirme en la intimidad de sus cuartillas. Miro a mí alrededor. No hay nadie. Estoy sola, en la cama, en el cuarto, en la casa. En este momento, hago lo que siempre suelo hacer: me muerdo el labio inferior y, sin más, me adentro por el alma de unas palabras que no me pertenecen:
Ave María Purísima.

Día 5 de Febrero del año 2000 Lonavla, India.

“Querido amor: He comenzado decenas de cartas y no he terminado ninguna. He perdido la cuenta de cuantas veces tiemblo al soñar que te toco, al soñar que te tengo, al soñar que me amas. A lo largo de los años, y tras aquella primera y única vez, trato de racionalizar mi desasosiego. Aunque lejos en el tiempo y en el espacio, en mis sueños siempre permaneces conmigo. En estos últimos días, en ellos, apareces muy pálida. ¿Te encuentras bien? ¿Qué te ocurre? De nuevo, esta frase:
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-¿Se encuentra bien? ¿Qué le ocurre?- pregunté ante tu silencio.
-“El día que murió mi madre, yo debería haber muerto con ella”- atinaste a decir.
Cuando abrí los ojos habías desaparecido. Durante las siguientes semanas, no dejé de pensar en aquella extraña confesión. Al cabo de un tiempo, volví a verte. Ésta vez, fue la biblioteca el lugar de nuestro encuentro.
-Marisa, te presento al padre Roberto- dijo Esther al presentarnos.
-Me alegro de conocerle- acertaste a decir.
-Usted debe ser la nueva maestra de la que he oído hablar…- dije, casi susurré, al tiempo que nuestras manos se encontraban. 
-Sí, en efecto…
Yo te observaba. Durante un segundo, me pareció que se producía un melancólico suspiro. En mi subconsciente, algo trataba de salir a la superficie, algo verdaderamente importante que yo trataba de eludir.
Aquella noche, mi sueño fue inquieto. Soñé contigo. No era de extrañar que hubiese soñado con tu rostro.
Y anduvieron los meses y comenzamos a hablar de nosotros. Yo te expliqué las razones por las que, en mi juventud, ingresé en el seminario. Tú decías que la vocación no debe tener razones.
-Es verdad- te dije.
Después de un breve intercambio de frases me confesaste lo de tu matrimonio… Ante aquello, ¿Qué podía responderte yo? No dije nada. Lo mejor era dejarte en paz. Tal vez, estabas atravesando una crisis de evolución.
A medida que fuimos conociéndonos, las cosas se me pusieron mucho más difíciles.
-Siento tu presencia, y tu pérdida tanto… - te dije, una tarde, a tu regreso de las vacaciones de aquel verano de los setenta. Que lejos estaba de imaginar que ése sería nuestro último verano…
-Trata de comprender… Roberto, haz un esfuerzo- decían tus labios.
-Pero, tus deseos no dijeron lo mismo.
-No quiero comprender, no quiero hacerlo… Marisa. ¡Te amo!
-¡Por favor…!
Nos abrazamos. Y en medio de aquellas alternativas de amor, de remordimiento y de placer, perdí el hábito de reflexionar.
A partir de aquel breve pero intenso encuentro de amor, tuve miedo. ¿Por qué no confesarlo? Si me hubiera quedado habría sido una deshonra para los dos. Corrían otros tiempos, malos tiempos… para los sentimientos, para las libertades, malos tiempos para todo.
Algunas semanas mas tarde, después de escribirte una larga carta, hice una visita al Arzobispo de mi Diócesis y, un nuevo y alejado destino me separó de ti.
Año tras año, busqué a Dios en diferentes misiones y en diferentes lugares pero, ¿De qué me valía buscar a Dios en los lugares santos si Él seguía viviendo en tu corazón? Miles de veces me pregunté:
-¿Quién soy yo?
Un buen día, llegó hasta mis manos un libro de cuentos: “The Song of the Bird” del P. Anthony de Mello, un sacerdote católico de aquí. A partir de su lectura y en uno de aquellos cuentos, encontré la respuesta a mi pregunta:
“La muñeca de sal”.
Con la esperanza puesta en tu perdón, deseo que mis palabras se conviertan en boca.
Para, besarte… Para besarte…

P.D: A principios de este año, Esther estuvo varios días conmigo, ya sabes que siempre le gustó hacer largos viajes. Supongo que te habrá contado lo mucho que hablamos de ti. Por ella he sabido que ya no vives en el mismo lugar donde nos conocimos y, fue ella, la que me dio tu nueva dirección. Asimismo, le pedí que te hiciera llegar mi regalo: ese libro del que te hablo. Te lo mando traducido al español. Espero que, al leerlo, encuentres el cuento al que me refiero y, así, comprendas quién soy yo, y quién eres tú en la historia de nuestro amor. El próximo mes de Abril, el día veinticuatro, llegaré a Madrid. Tengo que pedirte un favor: Apenas llegue al aeropuerto te haré una llamada. Si no escucho tu voz al otro lado del hilo, seré un hombre feliz, será que me amas y estás esperándome."
 

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